Cuando las damas llevaban pocas joyas y colores claros, no hacía falta preguntar si no tenían novio, mientras que vestidas con tonos más fuertes y abundante joyería era un error pretenderlas.
En el siglo XIX se tirarían de los pelos si vieran que lucimos las piernas en las fiestas, las damas de la época llevaban pantalones debajo de los vestidos.
En siglos pasados el protocolo del ropaje era la ostentación y la moda preservaba las curvas femeninas.
Desde los siglos XVI a principios del XX, según los expertos, los detalles se cuidaban al extremo. Los hombres lucían joyas incrustadas en botones o hebillas de estrás, mientras las mujeres, se preocupaban tanto del exterior como el interior.
El objetivo de la vestimenta de protocolo era la ostentación y la moda pasaba por preservar la voluptuosidad femenina. Tuvo que transcurrir casi todo el siglo XIX para que se empezara a utilizar el escote barco, eso sí, en las fiestas nocturnas. La Revolución Industrial trajo la burguesía y el lenguaje de algunos complementos cambió. Los hombres necesitaban trajes funcionales para ir a trabajar y utilizaban ese mismo uniforme para las cenas de gala, por lo que eran las mujeres las que lucían todas las joyas, en una clara demostración del poder económico del varón.
En la actualidad, el protocolo en la vestimenta prácticamente se ha diluido porque la sociedad es muy distinta. Los hombres mantienen costumbres históricas, siguen utilizando prendas como el chaqué para ceremonias de día y el frac y el esmoquin al caer la tarde. Las mujeres, en cambio, vuelven a encorsetarse, ahora con el objetivo contrario: marcar sus curvas, esta vez con libertad, pero está claro que ya no podrán dejar un guante como mensaje.
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